Acerca de mí


Algo de mi vida
Nací en la ciudad de Panamá, hija de padre panameño y madre guatemalteca. Tuve unas tías panameñas fascinantes. A los 6 años regresé a Guatemala, en donde he vivido desde entonces; me nacionalicé guatemalteca a los 18 años y mantengo un amor vivo por mi país, dispuesta a contribuir con mi mejor esfuerzo a mejorar su historia.
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Crecí en el Centro Histórico (GT) y tengo felices recuerdos de la vida compartida con mi hermano y mis primos maternos, como ir a patinar al parque o escuchar conciertos en la Concha Acústica. Disfruté jugando en la calle con mis primos y vecinos: avioncito, tuero o tenta; o simplemente, “viendo pasar gente”, sentados en la banqueta.
Estudié la primaria en la Escuela Experimental Dolores Bedoya de Molina, con magníficas maestras. Y la secundaria en el Instituto Belga Guatemalteco, al cual seguramente debo mi espíritu de servicio. Me formé como psicóloga en la tricentenaria Universidad de San Carlos, de lo que me siento muy orgullosa.
Comencé a trabajar con niños desde que cursaba 2º grado de la licenciatura, en el Instituto Neurológico. Y nunca he dejado de trabajar por ellos: en el INCAP (División de Desarrollo Humano), en la Dirección de Orientación y Tratamiento para menores y en el Centro de Educación Especial Álida de Arana.
Pero los años más importantes de mi vida los dediqué al Departamento de Pediatría del Hospital General del IGSS de Guatemala, en donde laboré por más de 23 años. Agradezco a la vida esta oportunidad de servir y aprender: conocí a tantos niños y a sus familias, les acompañé en las mayores adversidades, me formé con ellos; me instruí con los pediatras, las trabajadoras sociales y otros profesionales de este hospital escuela, a lo largo de tantos años. Decididamente, amé este lugar. Simultáneamente, fui profesora universitaria: 27 años formando alumnos en la Escuela de Ciencias Psicológicas de la USAC: conseguí tocar el futuro en mi contacto con estos jóvenes, muchos de ellos mis colegas ahora, por los que guardo un gran cariño.
Tuve sólo una hija, a la que amo y es quien me ha formado como madre. No podría aconsejar a ningún padre si no hubiera pasado yo misma por esta experiencia, de la cual ella ha sido mi maestra. En cuanto al resto de mi familia, mi amado hermano menor constituye ese pilar fundamental: tenemos una gran e importante relación en la que compartimos y nos acompañamos muchísimo.
Poseo amigos y amigas desde hace más de 40 años; compartí mi juventud y mi madurez con ellos y continúo disfrutando cuando conseguimos un momento para reunirnos. Con ellos viajé por Guatemala, antes de la guerra, cuando se podía ir a los pueblos y comer en los mercados con alegría. Cuando, como dice Gabriel García Márquez, “éramos jóvenes, felices e indocumentados”. Me encantan los animales, las plantas, la lectura, la música clásica (Mozart y Bach) y los pintores impresionistas. Disfruto intensamente la literatura, es mi refugio; Mario Benedetti, Pablo Neruda, José Saramago y ¡Agatha Christie! Reconozco que tengo adicción a los buenos juguetes; me regocijo usándolos con los niños.
Mi casa es mi santuario: me complazco estando en ella, en arreglarla (pasar las cosas de un lado a otro y luego regresarlas de nuevo) y en la soledad y el silencio. Soy intensamente creyente de la justicia, los derechos humanos y el respeto. Y, repitiendo a Neruda: “tengo una esperanza irrevocable en el ser humano”, a pesar de las circunstancias…
He dedicado mi vida a los niños y a sus familias. Mi solidaridad con ellos es indestructible; soy un buen pastor que da la vida por sus ovejas. Pero más de lo que les he podido dar es lo que he recibido de ellos: los llevo en mi corazón.
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